se selolo -estrictamente jurídica, me importa subrayarlo- no tuviese que ser, por la fuerza de las cosas, tan bárbara, tan brutal y tan inculta como la propia situación económica a que se enfrenta y acomoda. Pues nadie que ame de veras casas y ciudades dejará de acabar sintiendo cuán feroces y cuán determinadas circunstancias económicas han podido lucubrar una superchería tan intensamente hortera como el valor históricoartístico, gran cómplice del patrimonio cultural, en la medida en que es