se efectivamente ocurre la desgracia, la despedida es justamente lo que al instante surge como el primer asidero que, palpando a tientas, por así decirlo, en la negrura del desgarramien halla la mano del recuerdo, y al que se aferra con el alma entera como al primer sostén, como al punto de referencia cardinal, para la comprensión y aceptación de la tragedia. La ufana necedad que -a semejanza de un médico loco que hiciese las visitas rociando sin más a