--Pepito, ¿estás ahí? --insistí con idéntico resultado. Intuí que un peligro rondaba y, por lo que pudiera pasar, me puse en guardia, aunque la experiencia me ha enseñado que ponerse en guardia equivale normalmente a adoptar una expresión ladina y resignarse de antemano a lo que inexorablemente habrá de suceder. En efecto, a los pocos segundos cayeron sobre mí dos sombras corpulentas que dieron conmigo en el suelo y me hundieron el rostro en la tierra para