lo cuando oímos el chasquido de una llave en la cerradura, se abrió la puerta del piso e hizo su entrada una mujer de edad indeterminada, alta y en extremo flaca, con brazos y piernas de cigala, que al verme lanzó un chillido y se persignó con gestos de mosquetero. --Ay, Jezú --dijo señalandome--, un pervertío. --¿Quién es usted? --preguntó la Emilia con esa voz de pito que se saca después de recibir un
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