vestido de su ajuar que había resistido mal que bien las asperezas del clima y de la tierra. ¿Y cómo describir mi angustia al comprobar, la noche del estreno, que mi esposa, hasta entonces tan recatada, se había lavado el pelo con un champú adquirido por sabe dios qué medios? Sé que divago: me ceñiré a los hechos. Fuimos al local donde había de representarse la obra, un cobertizo que el municipio había habilitado trasladando interinamente a la