un excelente amigo? MATILDE.- Querido, ya sabes que es un hábito en mí. Me iniciaste en él aquella vez que buscabas la complicidad de cierto Ministro. Y la conseguíste, ¿verdad? No te puedes quejar. ERNESTO.- No eres más que una zorra. MATILDE.- Pero por vocación. Me gustan tanto los hombres, que si hubiera tenido la desgracia de nacer hombre, habría sido como tú. (Sombrío, ofendido, temblando