le pertenece el criar en sus mazmorras -por subterráneas que estén en un momento dado y por risueña que eventualmente se muestre la fachada exterior- los inhumanos perros de la razón de Estado, de la eficacia a ultranza -que al desorden prefiere la injusticia y juzga mejor el crimen que el error-, y, en fin, de la tortura. Si la maldad de un régimen particular queda antepuesta como una pantalla a la maldad del Estado en abstracto (como si lo