autoafirmativas del ego nacional, pero sin caer tampoco en los "elementales" terrores de un posible achicharramien termonuclear. La servidumbre de tener que dar satisfacción a este ingrediente psicopatológico, a esta bestia tan ilusoria como incontrolable del ego nacional, destroza cualquier posible racionalidad política y es particularmente deletérea para las democracias, donde, al proveerse los cargos del Estado por medio del sufragio, difícilmente se sustraerán los candidatos a la tentación de atraerse el voto de la ciudadanía echandole la