llevaba una camisa blanca y unos pantalones negros. Al escuchar mis palabras, enmudeció. Su rostro adquirió una tensa rigidez y, después de unos instantes, me gritó mirandome sobresaltada: --¡Eso es mentira! ¡Me estás mintiendo! ¡Tú no le has visto. --¡Sí, le he visto! ¡Estaba ahí, detrás de la cancela, donde tú estás ahora mismo! Entonces, acercandose a mí y mostrandome al fin su rostro amigo