se Ella revoloteaba a nuestro alrededor poniendo y retirando platos y fuentes y sonriendo de vez en cuando con sus labios pintados de un rojo intenso. A pesar de ello me negaba a creer en la afirmación de Santiago. Sospechaba que me había mentido para que le dejara dormir y porque, como ya sabía, disfrutaba asustandome. Entré en mi habitación decidida a dormir y a olvidarme de aquella aventura sin sentido. Quería convencerme de que Bene estaría sola, dando un