la vorágine. En pos de ella descendimos trastabillando por una escalera tenebrosa, en uno de cuyos recodos, dicho sea de paso, alcancé a pegarle un pellizco, y ganamos primero el vestíbulo y luego la calle, donde se apiñaba una muchedumbre formada a partes iguales por los empleados de la empresa y por morbosos transeúntes que esperaban con delectación ver aparecer cuerpos calcinados y otros espectáculos de mal gusto. No me pasó desapercibida, con todo, la presencia conspicua de varios coches-patrulla