me la familiaridad con una sonrisa benévola y el sencillo gesto de barrenarse la nariz con el meñique. El comisario arrimó una silla y se sentó. Yo juzgué preferible mantener la posición de firmes. Se arremangó el señor Ministro la camisa y advertí que llevaba tatuado en el antebrazo un corazón atravesado por un dardo y festoneado por esta lapidaria inscripción: TODAS PUTAS. --Te estarás preguntando, hijo mío --empezó el señor Ministro su importante discurso--, por qué te he convocado