Y así, García-Sabell recurre a la pintoresca invención de una envidia no ya simplemente encubierta, sino disfrazada de lo contrario: "la envidia laudatoria", como él la llama. Así ya sí que no hay escapatoria para que les pille el toro: si miran con desaprobación, no es objetividad, sino una envidia tan fuerte que no pueden disimularla; si miran con indiferencia no es neutralidad, sino una envidia tan sucia que ellos mismos se avergüenzan y se sienten movidos