en aquellos personajes de mirada febril «mitad monje y mitad soldado» con la cruz y la espada en ristre, al acoso y derribo de herejes. Ellos nos tenían que servir de ejemplo. Parecía como si todos los males se curasen con la mención a aquellas antiguallas. Los niños de postguerra, que lo que queríamos era ir al cine o que nos compraran una bicicleta, estábamos hartos de la vida sacrificada, vigilante y viril de aquellos hirsutos antepasados, cuyas hazañas estudiábamos