-- el odio. Una sensación sorda, violenta, nubló aún más sus ojos cuando la música timbrada y rauda volvió a sonar de nuevo, cuando las manos de los jóvenes se agarraron y con ellas las de Betina. Volvió a girar veloz y armónico su vestido blanco en torno a la fuentecilla que, imperturbable a las pasiones de los humanos, seguía derramando su agua en el centro. Pero, de pronto, Jano se olvidó de Betina; se olvidó de sus propias