, a través de una fiebre intensa y constante, cada objeto de la habitación del sanatorio: la novela recién aparecida de Elsa Morante que le habíamos regalado y que ella no logró abrir, un ramo de flores que no llegamos a cambiar, los cristales de la ventana, que se teñían al atardecer con una luz también de sangre, una luz cuajada y tristísima. »Allí, en el mismo pueblo donde se hallaba el sanatorio, dejamos a Patrizia; dejamos sepultada a
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