quise retenerla por más tiempo. Parecía muy enfadada conmigo y con todo el mundo. Pensé que tenía motivos para estarlo. La dejé marchar, incapaz de pronunciar una sola palabra. Pero ella se volvió desde lejos y me gritó: --¡Ellos se llevarán también a Santiago! ¡Yo lo sé! Pensé que su intención no era la de hacerme daño, sino la de acercarse a mí, seguir hablando un poco más conmigo. Pero no pude