persona querida. «Yo también estaba desesperado», me explicó. «Si no fuera así, no hubiera descubierto en esa delegada un parecido inexistente.» Comprendió que Dorotea y él, por enojo, por amor propio, habían cometido un error imperdonable. Quiso correr a sus brazos y decirle que no podía vivir sin ella. --¿Dónde estaba la mujer? --pregunté. --Se había quedado en Francia. En una ciudad del sur. Pau, creo