le lo contrario. Tal vez bastaba, pues, con aplicarse a perfeccionar las labores de aguja. Los hombres, al parecer, se enamoraban de las chicas que cosían más que de las que se entregaban a cualquier otra actividad. Amamos a la mujer que nos espera pasiva, dulce, detrás de una cortina, junto a sus labores y sus rezos. Tememos instintivamente su actividad, sea del tipo que sea. El hombre era un núcleo permanente de referencia abstracta para