de que hubiera aplazado por dos veces su boda con una señorita ovetense, de mejor familia que la suya, requerido por exigencias del servicio a la Patria. Sabía esperar. Nunca se ponía nervioso. Carece de nervios. No se queja de nada --declaró años más tarde aquella señorita, Carmen Polo, convertida ya en su santa esposa. Elogio más bien soso, pero sin duda verídico. De pasión religiosa o inquietudes espirituales tampoco había dado la menor señal antes de llegar