final resulta sorprendente. Difícilmente iba a poder luchar con las mismas armas Cifesa que la Metro Goldwyn Mayer ni Josita Hernán que Katherine Hepburn, y la prueba está en el escaso éxito taquillero que tenían las películas españolas. Eso sí, constituían un género sin imitación posible; se reconocía a la legua aquel marchamo del «bendito atraso» que logró caracterizar todos los usos y manifestaciones culturales del país durante la década de los cuarenta. Ya sólo con mirar las carteleras, donde se