el estático ideal de la mujer hacendosa, a quien continuamente se espoleaba para que fuera capaz de sorprender a sus amigas con modelos cosidos por sus manos. Pero en este sentido, Mariquita Pérez, como toda innovación de tipo comercial, entrañaba una falacia. Cuando poco más tarde, y en vista de los pingües resultados del invento, el auge de la muñeca se vio reforzado por la aparición de su hermano Juanín, igualmente vestido de baturro, tenista o marinero, ya estaba