la licencia de apostillar... La fórmula es ésta: el silencio entusiasta. O sea, sospecháramos lo que sospecháramos, impasible el ademán. Al fin y al cabo, no se tenían datos seguros más que para la conjetura y el encogerse de hombros. Si las relaciones del jefe de la Iglesia con el jefe del Estado no eran transparentes --como no lo fueron las de Franco con nadie--, allá ellos desde sus respectivas alturas. Fuera como fuera, aquellas primeras