melo pecado nacional. Así pues, algo que podría llamarse con toda propiedad "paranoia de envidia", y más aguda quizá precisamente en los menos envidiables; de manera que a todo el que me diga: "Pero ¡te juro que estás equivocado, que los envidiosos no son ninguna fantasía nuestra, sino seres completamente reales!", le contestaré con la implacable desautorización subjetiva del psicoanalista: "Sí, querido; ver envidiosos por todas partes: en eso