y obeso hasta el extremo de no poder impulsar un balón con el pie más allá de cinco metros sin exponerse a una caída de casa de socorro, se lance a arrastrarse por las calles de Roma o de Milán a gritar descompuestamente entre la descompuesta multitud "siamo troppo forti!", o el de que las botas y el tupé de Rossi hayan vuelto a poner a flote, siquiera de momento, al Gobierno de Spadolini, no de distinto modo a como