teléfono. Golpeó con rabia el borde de la bañera. ¿Qué demonios le sucedía a su maldita memoria? Otra vez esa pelota crispada en el estómago pero también una oquedad simultánea: Hambre. No has comido nada desde que la mataste. Se dobló sobre sí mismo en un intento de calmar la exigencia de la necesidad y cerró los ojos.