los externo del ojo. No pestañea, no mueve un músculo de la cara; sólo cuando la inmovilidad anega su padecimiento cierra los ojos y abate la cabeza, quién sabe si conmovido por su desolación. El gesto de sus manos cuando recoge los regueros que corren por su mejillas es un gesto de piedad; en seguida recompone la figura, para evitar diluirse en un agua más triste que la muerte, cuya ominosa presencia siente a su alrededor en la oscuridad de la