que la de todos los cuerpos de hembra que estuviesen follando en cualquier cama del mundo en aquel preciso momento, nació en él una necesidad tan imperiosa de introducirse entre aquellos muslos que comenzó a remedar los movimientos del otro macho, olvidandose de sí mismo y reproduciendo los de él con tal acompasamiento que cuando los otros desaparecieron de su vista rendidos al orgasmo, él se precipitó con ellos. Luego no quiso volver a mirar. Cuando se incorporó sólo buscaba la correa de