desnudo y sentía la piel de la frente y los hombros perlada de sudor y las raíces del cabello humedecidas. Hubierase dicho que su perfecta inmovilidad atenuaba el curso del tiempo en su cuerpo y en su entorno. Hay días que nacen con un signo aciago en su cielo; a lo largo de ellos, muchos pequeños actos acaban por conformar un cuadro de malaventura tan irritante en su terqueza como deprimente en su punto álgido. Esto pensaba él, sin apartar los ojos del