maravillosa improvisación. Escuchaba tu voz y me negaba a llamar a la puerta, a moverme del rellano de la escalera. Tu voz que pasaba a mi oído y que el oído transmitía a mis ojos, y que mis ojos fijaban a través del ventanal en la estatua de oro que coronaba la más alta de las agujas de piedra del Duomo. »Aquel día acabaste con mi escepticismo repentinamente. Porque recordarás, Francesca, que el primer día que te acompañé desde