aplastar el comunismo, que, como tú, hay muchas mujeres que despiden a seres queridos, pero saben sobreponer a la pena de su marcha el inmenso orgullo de su hombría. La mujer fuerte tenía que saber sorberse las lágrimas y olvidar los ridículos síncopes de las novelas sentimentales, con lo cual volvió a revivir el protagonismo sublime de la enfermera. Cientos de tocas blancas se inclinaban ante la cama del herido. Sangre y muerte en los hospitales de guerra. Y el ridículo