tomadas en aquella escapada para su trabajo sobre el arte bizantino que había comenzado en tierras de Ravenna. Betina y Jano se sentían coaccionados por la presencia de sus acompañantes. Sus vidas, sus nacientes afectos, pugnaban por poder explayarse; deseaban ser, de una vez por todas, ellos mismos. Estaban impresionados por la desoladora fuerza de las pinturas y por la soledad del lugar, pero aquella relación suya llena de renuncias y de entregas --de desesperantes espejismos-- se ahondaba.