de aquella rueda de personajes a los que Jano comenzó a escrutarles el rostro uno por uno. A la cabeza vio en sueños dos ángeles severos --¿los del monasterio de Nauzí?-- que tiraban de la rueda y tendían a destruir su ritmo, a desviar su marcha hacia una especie de puerta, boca de manantial o fuente de luz, que manaba a la izquierda, entre unos árboles que no pudo identificar, pero que eran muy espesos de copa y estaban