bajo la amarillenta luz de las velas. Enrico no comprendía nuestro afán de vivir precisamente allí, cuando en su casa o en el pueblo había habitaciones "mucho más limpias y ordenadas". Antes de que la luz del día fuera derrotada por negros nubarrones vimos que fuera --tras los cristales llenos de telas de araña-- todo era maravilloso bajo la evolución lentísima y sutil del ocaso: el valle que se perdía allá en el fondo --en el fulgor verdoso del lago--