había nieve en ellos a pesar de su altura. En la otra orilla temblaban sobre las aguas algunos pueblecitos cercados por sotos de altísimos y afilados chopos. Los remos de algunas barcas solitarias chapoteaban entre los cañaverales. A Jano le agradaba mucho esta hora de la mañana, pues la gente aún estaba ocupada con los baños y eran escasísimos los curiosos o los paseantes que rompían la soledad de quien todavía no estaba dispuesto para el diálogo. Pero, al mismo tiempo, él