extraviado en ella, beodo de ella. Se había cerrado el círculo: Betina era Francesca. La pasión anulaba la realidad y con ella tiempos y espacios, presente y futuro, vida y muerte. Sólo un cuerpo encendido podía hacer arder la flor negra de cualquier condena, de cualquier amenaza. Ardían los cuerpos fundidos y, al arder, quemaban el último tiempo en el balneario, la primera luz de la mañana. Un nuevo vehículo partió del jardín después de comer.