El viejo recuerda al veterinario de su juventud, gordo y coloradote, de cuello duro y corbata, siempre dejando caer ceniza de un puro, hasta cuando estaba curando a las bestias. -Había que bajárselas a Sersale -le cuenta a Simonetta-, sólo se molestaba en subir a Roccasera para mandar matar ovejas o cabras, cuando se les inflaba la tripa con la epidemia... Se las escondíamos aunque viniera con los carabineros, porque algunas se salvaban ¡y una