sese los deditos a su nariz, Brunettino ofrece las primicias al viejo, sonriendole invitadoramente, mientras le penetra con su insondable mirada de azabache. -¡Niño! -exclama Renato, fingiendo escandalizarse. -Dejale --comenta sesudamente la madre-. Está superando la fase anal. Al viejo le resbala esa palabrería. En cambio, el gesto infantil le recuerda leyendas de bandoleros mezclando su sangre en ritos de fraternidad y por eso interpreta en el acto el
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