también Mercedes y, después, el niño sintió el breve clic del teléfono al colgarse. Horas más tarde, cuando ya la tristeza le había impuesto el código imperioso del insomnio, escuchaba Let it be por décima vez consecutiva e intuía esquiva la sonrisa, rebeldes sus dos ojos codiciosos de llanto. Paseó por el dormitorio y colocó de nuevo la aguja al principio del disco. El piano arrastró sus notas sin consuelo y en algún ángulo de la noche un perro aulló.