tan siquiera probar, era desalentador. La tarde siguiente llegó Agus entusiasmado con la idea de montar el mercadillo. Miguel no quiso decirle que ya lo había hecho y que no había tenido ningún éxito. Condescendió con él, pero impuso la condición de no estar más de una hora en la tienda: la abuela no debía descubrirles. En su fuero interno tenía la certeza de que no conseguirían vender nada y de que muy pronto se cansarían. Sin embargo, apenas