ay de placer con el dolor, pesa cada instante y se demora hasta en los cataclismos: es un arte de morir o, más bien, de vivir muriendo. Creo, sin embargo, que la fascinación de los norteamericanos se debe no tanto a los encantos filosóficos y estéticos de la decadencia como al hecho de ser la puerta de entrada de la historia. La decadencia les da aquello que han buscado siempre: legitimidad histórica. Las religiones guardan celosamente las llaves de la