de la trampa. Los semáforos se obstinan en regular un tráfico casi nulo a esa hora, los anuncios luminosos guiñan mecánicamente, como signos burlones. De vez en cuando, sorpresas inquietantes: el repiqueteo estrepitoso de un timbre que no alarma a nadie, el súbito fragor de un tren por el viaducto metálico bajo el cual pasan, o unos mugidos y un olor a estiércol inexplicables en pleno casco urbano. -El matadero -aclara el hijo, señalando las tapias a la