gente sin conocerse, sin hablarse, como reñidos! Si hay un fuego, ¿qué?, pues ¡salvese quien pueda!... ¡Así resultan todos: medio hombres, medio mujeres!» El viejo se asombra de su inesperado descubrimiento y se arrodilla junto a la cuna. Entonces, en su impulso, sí que llega a mover los labios, susurrando audiblemente: - ¡ Ahora lo veo claro, niño mío, a lo que vengo cada noche