lo habitual y no quiso contarle ninguna historia de las suyas. Contestó secamente que era el médico y no él quien tenía que decidir eso. Miguel metió el dedo en la copa de coñac y lo chupó. Para hacerle olvidar sus preocupaciones, le preguntó cuál era el significado de aquel medallón y aquella sortija que siempre llevaba consigo. El abuelo repuso con inexplicable irritación que no hiciera preguntas tontas y que, si una persona no abría la boca más que para decir