Miguel comentó que aquel niño parecía bobo, siempre pestañeando y repitiendolo todo, pero la abuela replicó que no debía burlarse de los enfermos. El pobrecito Agustín era un niño con problemas, él no tenía la culpa de haber nacido así. Le estaban dando clases en un colegio especial y, cuando terminara sus estudios, sería casi como una persona normal. «Tanto tiempo en la cama no puede ser bueno», se decía Miguel en sus horas de aburrimiento.