la virulencia de los párrafos en que denuncio la bárbara incomprensión de quienes encarcelaron a un sabio. En cuanto a mí, en un arrebato de soberbia (lo que parece casi incompatible con mi índole) llegué a pensar que nadie debía juzgar mi lealtad a Francisco Abreu por lo que yo hice, o no hice, en Bagdad, sino por la pieza oratoria que había escrito en su defensa. No cabe duda que trabajé expeditiva y vigorosamente. Quizá yo debiera algo de mi