momento en que se subía a un coche que partió sin tardanza. Por fortuna el tráfico era tan denso que el coche quedó inmovilizado a los pocos metros. Llegué hasta él y tuve tiempo de asomarme a la ventanilla trasera y gritar a pleno pulmón: --¡Me han robado el reloj! ¡No hay garantías! Arrancó el coche y recorrió media manzana hasta parar de nuevo. Lo alcancé y reiteré mi lamento: --¡En este país no se puede vivir