sorpresa, oí de boca de uno de los tiranuelos de la radio: --Lo que amarga a Rossi es que algunos, que se dicen amigos, al suponerlo en situación comprometida, ya no quieren verlo. No me ofendí. Como si nada, puse a la noche el despertador a las siete y, cuando sonó, a la mañana, prendí la radio. La inconfundible voz del coronel, con su temple y su brío invariables, me probó que el