lento. Nada, en cambio, quebraba esa tensión dulce pero penosa que alimentaba en Miguel una indefinida sensación de culpa. Al cabo de un tiempo, ella esbozó una débil sonrisa y dijo cierra los ojos un momento. El niño obedeció y oyó el sordo rumor de las sábanas al ser retiradas. «Ya puedes mirar», anunció entre risitas, y añadió: --¡Mis flores! Se había alzado el camisón hasta el pecho y del vientre había despegado las vendas