paso. Estaba convencido de haber tomado la dirección correcta y mientras intentaba acopiar calma pensó que la incomodidad que le penetraba era más propia del durmiente soñando su sueño que del hombre desvelado y confuso en la profundidad de la noche. Entonces advirtió a la vez el frío metido en los huesos y la tenue luminosidad de las farolas incrustadas en las esquinas de cada manzana, pálida como un sudario, que reforzaba el efecto amenazador de las calles en penumbra; tampoco en el cielo lucía